jueves, 28 de julio de 2011

Apuntes sobre las elecciones en Santa Fe

Un chiste sin gracia


Las elecciones en la provincia de Santa Fe confirmaron dos datos que ya se intuían, al menos en la semana previa: la victoria del candidato del Frente Progresista Cívico y Social, Antonio Bonfatti, y la derrota del representante del peronismo provincial, el kirchnerista Agustín Rossi. Pero el elemento novedoso, preocupante, fue el notable crecimiento de Miguel Del Sel, nuevo representante de una derecha populista en ascenso, que disputó voto a voto hasta último momento al delfín de Binner. De cara a las elecciones nacionales de agosto y octubre, el escenario se complejiza aún más.


En sólo cuatro meses, Miguel Del Sel saltó de los escenarios teatrales y televisivos a los de la política. Con el encanto y el handicap que tienen los outsider –si lo habrán explotado Reutemann, Palito Ortega y Scioli- el Midachi tuvo en las primarias de mayo un debut sorpresivo, con 15% de los votos.

Apuntalado por los grandes grupos económico-periodísticos, y especialmente por el aparato del peronismo no kirchnerista, su discurso pretendidamente apolítico, poblado de vaguedades del sentido común, prendió en sectores sociales heterogéneos: clases populares urbanas, sectores medios y altos rurales. La personalización de la elección, aunque es una tendencia de largo plazo y tiene raíces más profundas, se potenció con el sistema de boleta única y benefició claramente al humorista.

Como hipótesis, se presume que la gran mayoría de sus votantes metió la boleta en la urna pensando que no ganaría. Como para sacarse las ganas, vio. Y así sumaron votito a votito hasta los 620 mil, para susto de propios y extraños.

De todas maneras, cabe destacar que la performance del novel candidato no logró traccionar al resto de los postulantes de su espacio: aunque sumó 6 diputados, el PRO no logró intendencias, ni jefaturas comunales, ni senadores, y es una fuerza minoritaria en la legislatura provincial. Una luz amarilla se ha prendido en la política santafesina, si se permite el chascarrillo cromático.


Bonfatti, por su lado, cumplió con lo que debía hacer: sostener la primera y única gobernación encabezada por el Partido Socialista en toda su historia. Fue la victoria y nada más. A pesar de pegar su calva testa a la de Binner, el rocoso candidato no pudo sostener los números que el Frente Progresista había logrado en 2007. Esos diez puntos migraron hacia Del Sel, el otro pretendiente del voto sojero. Sin mayoría en las cámaras, deberá negociar con el peronismo y el PRO, lo que le dará una excusa perfecta para victimizarse y acusar al resto de los bloques de “frenar la transformación”.

El gobernador saliente no obtuvo el aire que esperaba para su aventura presidencial, pero buscará erigirse en la nueva esperanza del progresismo blanco, pulcro, y que habla de reformas sin levantar demasiado la voz, como para que no se alarmen los mercados y los “sectores productivos”, eufemismo para los grupos económicos concentrados que controlan la economía provincial y nacional.


El gran derrotado de la elección fue el candidato del Frente Santa Fe Para Todos, Agustín Rossi. La añeja máxima “el que gana conduce, y el que pierde acompaña” quedó archivada en algún viejo manual de conducción peronista, ya que en la campaña se expresó poco y nada. El presidente de la bancada kirchnerista en diputados, al frente de una fórmula que contenía a priori las distintas fracciones del peronismo derrotadas en las internas de mayo, se quedó pedaleando en el aire. Su lista era una muestra del know how kirchnerista de construcción de alianzas: la “juventud maravillosa” al lado de la burocracia sindical light encarnada por el candidato a vice, el secretario provincial de ATE Jorge Hoffmann, y ex duhaldistas y menemistas como Pedro González, que volverá a ser intendente de Villa Gobernador Gálvez.

Enmarcado en la estrategia nacional que busca reenamorar a las clases medias, la campaña apeló a la nostalgia de doñas mateando en las veredas y se subió al reclamo de seguridad. Pero la disputa por la resolución 125 dejó sus marcas en la provincia profunda: Rossi sólo llegó a los convencidos. Cuando el piso y el techo de votos son casi iguales, el candidato está en problemas.

Diferente fue el desempeño de María Eugenia Bielsa, que triunfó en la categoría de diputados provinciales. A pocos días de la elección, se reunió con la presidenta en Olivos y prometió su apoyo para las primarias. Las puertas de las ligas mayores se abren para la hermana del flamante técnico del Athletic de Bilbao.


A la izquierda, más o menos lo de siempre: una práctica política ritualizada, externa e irrelevante para la inmensa mayoría de los sectores populares. Sin embargo, hay algunos datos nuevos alentadores, como la elección del periodista Carlos Del Frade como diputado provincial –más allá del esfuerzo del PRO por arrebatarle el cargo después del domingo, desempolvando una vieja disposición de la dictadura- y las buenas elecciones de los partidos de izquierda en algunos distritos donde tiene inserción en el terreno sindical y barrial, como es el caso de Capitán Bermúdez, donde el Partido Obrero logró una concejalía.

Como sucede en el resto del país, existe un extenso campo, invisible en muchos casos para el ojo de Doña Rosa, conformado por diversas organizaciones sociales, barriales, estudiantiles, culturales (y varios etcéteras más) y cientos de militantes populares, que desconfían de las roscas por arriba (por más “progresistas” que se presenten) y que buscan parir algo diferente, trasciendo las distintas opciones del “mal menor”.


Lo que viene, lo que viene

En la proyección hacia las primarias nacionales del 14 de agosto, deberían evitarse los análisis lineales y definitivos: si después de la derrota en las elecciones de junio de 2009 el oficialismo nacional recuperó la iniciativa con medidas como la estatización de las AFJP, la implementación de la Asignación Universal por Hijo, Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, sería hoy un error hablar nuevamente del “poskirchnerismo” para augurar un cambio de signo político en octubre.

Por ahora, el vagón de la economía argentina, repleto de soja, petróleo y productos mineros, sigue enganchado a la locomotora del BRIC. Como enseñaba un dirigente político de principios del siglo pasado, las clases sociales no se suicidan: aunque recelen del estilo de conducción del kirchnerismo (y de haberles sacado algún que otro negocio, también) las distintas fracciones burguesas no encuentran entre las ahora reanimadas fuerzas de la oposición una alternativa que les garantice gobernabilidad y sostener un “clima favorable de negocios”; entre las volátiles clases medias, algunos se inclinarán hacia oficialismo por adhesión ideológica al proyecto kirchnerista (como parte de un nuevo proceso de peronización de los sectores medios) o lo harán a regañadientes, refunfuñando por Schoklender, Moyano y compañía, pero con la intención de continuar con lo existente. En el heterogéneo mundo popular, también surgirá el interrogante sobre la conveniencia o no de cambiar de capitana del barco, más cuando algunas cuentas rápidas sugieren no arriesgar las fichas: la mayor parte del empleo es precario y los salarios siempre corren de atrás a la inflación, pero a diferencia de 2001-2002, trabajo hay y habilita cierta recuperación del consumo popular.

Los que no se fueron en el 2001 se esforzaron en estos años por asociar las jornadas de diciembre a crisis y desorden, soslayando la extraordinaria movilización social antes y después del 19 y 20. Los fenómenos Macri y Del Sel dan cuenta de una crisis de representación que no está cerrada del todo, y muestran su cara más aberrante y repulsiva. A 10 años de esos días convulsionados, las demandas siguen vigentes: democratización real de la vida política, redistribución de la riqueza, solución a problemáticas estructurales como la falta de vivienda y el acceso igualitario a salud y educación. La herencia todavía está vacante.

martes, 25 de enero de 2011

UN ARTESANO DE LA MÚSICA


Las manos mágicas
El luthier Jorge “el viejo” Ríos reparó más de 10 mil guitarras y construyó instrumentos por encargo. Ya retirado, cree que antes los luthiers “eran más conservadores” y reconoce que se encariñaba con cada una de las guitarras con las que trabajaba.
Jorge Ríos recorre los pasillos de una casa antigua en Urquiza y Entre Ríos hasta llegar al pequeño altillo donde funciona un improvisado taller. Entre viejas guitarras y herramientas pasa sus días un luthier histórico de Rosario, hoy retirado. En esta charla con “La Posta” este hombre de 81 años, flaco, de pelo largo canoso, bigote rockero y con tres aritos en su oreja izquierda, repasa su historia con voz ronca y pausada. Al mismo tiempo, enseña a Kevin, su aprendiz de sólo 10 años, cómo reparar la caja de una criolla negra.
En la casa de los Ríos se escuchaba sobre todo jazz. “Gracias a mis viejos conocí las primeras guitarras eléctricas”, agradece a la distancia. A pesar de que su padre quería que estudie piano, lo suyo era la guitarra. Aprendió a tocar y se sumergió en el mundo de la música.
Por aquellos años comenzó con la luthería. “Empecé como un hobby”, recuerda. A los 16 años intentó hacer una guitarra, y con 20 construyó una de metal.
A mediados de los ’40 visitaba a Jorge Repiso, un luthier que construía una guitarra gitana que ya no se fabricaba. Entre 1950 y 1956 abandonó su Buenos Aires natal y viajó a Italia, donde se perfeccionó en el oficio. Luego llegó “de casualidad” a Rosario, y no se fue más. “Me gustó: es una ciudad antigua, angosta… y con malicia, porque cuando llueve el agua va para Oroño en vez de ir para el río”, se ríe.
En los primeros años de los ’60 era muy difícil acceder a un instrumento nuevo: “la gente tenía que juntar la plata para no quedar ‘con la ñata contra el vidrio’ como dice el tango de Homero Manzi”. Por ese tiempo trabajó, entre otros, con el “chango” Puebla y Guillermo Romero, de los Gatos Salvajes, la primera banda de rock argentino.
¿Luthier se nace o se hace? Opina Ríos: “si tenés vocación y condiciones, se hace más fácil. Te falta la dedicación”. Se autodefine como “un perfeccionista” que trabaja “por instinto” y cuenta su propio recorrido: “aprendí con los años y también de equivocarme. Tuve la suerte de trabajar en algunos talleres que me dieron ideas para hacer lo que yo quería”. Cree que “antes los luthiers eran más conservadores”, y solo “intercambiaban secretos”. Este poder se ha resquebrajado por la proliferación de recursos para el luthier: “ahora hay libros, más información”, sostiene.
Reconoce que “se encariñaba” con las guitarras, y afirma que su “fuerte era la reparación”. Más de 10 mil guitarras arregladas parecen darle la razón. Sin embargo, también construyó algunos instrumentos por encargo, que le demandaban entre 3 meses y un año de trabajo. “Tenía facilidad para crear”, dice humildemente.
Para Ríos lo más importante de una guitarra “es que se deje tocar, y que agrade como suena”. Critica a “la gente que busca la estética”, y deja de lado la expresividad del instrumento. Cree que “hay instrumentos que son invaluables”. De Gibson destaca la 335 y la Lucille; de Fender menciona a la Jazzmaster, la Squire y la Musicmaster.
Ríos tuvo un taller propio en distintos lugares de la ciudad. Cuando lo cerró, hace poco más de quince años, reparó guitarras en Oliveira. A los 81 años está retirado de la actividad, pero enseña su oficio a las nuevas generaciones. En la computadora del pequeño taller sonaron Luis Salinas, Carlos Santana y Calle 13 junto a Rubén Blades. Kevin sigue trabajando en la criolla negra. Ríos lo mira y aprueba sonriendo: en pocos años, los guitarristas rosarinos tendrán un nuevo artesano que repare sus alas de libertad.

Cocinar para 300


Mientras los delegados de las organizaciones se encuentran reunidos con los funcionarios, las mujeres de la CTD Aníbal Verón se ocupan de la comida para sus compañeros. Amanda, una anciana menuda de apariencia frágil, es la voz de mando indiscutida. Cuenta con la experiencia de cocinar en cientos de piquetes, para cientos de personas, con la amenaza permanente de desalojo por parte de la policía.

La acompañan chicas de 20 años y algunas cuarentonas. Acomodan una pequeña mesa donde cortan kilos y kilos de cebolla, papa y zanahoria. Amanda da indicaciones y rezonga. Se olvidaron el abrelatas y usan un cuchillo. “¿Dónde está la garrafa?” reprende Amanda a Gustavo, un estudiante de comunicación social que participa de la movida.

Las mujeres cortan la carne y la depositan en un balde verde. Al mismo tiempo, conversan sobre sus vidas personales y la situación de la organización. La línea entre lo público y lo privado es difusa y movible.

Tres ollas gigantes, de 20, 30 y 50 litros salen de su letargo. Caen en su interior todos los ingredientes del guiso. Amanda los revuelve con una espumadera gigante, como una hechicera medieval. Luego las cubre con una tapa de metal y unos cartones.

El aroma del guiso se difumina por el lugar y atrae a los manifestantes. “Deje de curiosear, usted”, advierte entre risas Amanda al cronista.

Pasan largos minutos, eternos, y la comida finalmente está lista. Se forma una cola extensa que serpentea por la plaza. Algunos tienen tuppers o platos hondos de plástico, otros recurren a botellas recortadas. No hay cubiertos para todos, por lo que hacen turnos para comer. Almuerzan primero los niños y los más viejos, luego el resto.

Circulan gaseosas de segundas marcas. De postre, naranja.

Los vecinos de los barrios se echan al sol. Mientras ordena los elementos utilizados, Amanda sonríe con la satisfacción del deber cumplido.

MOVILIZACIÓN DE TRABAJADORES DESOCUPADOS A SEDE DE GOBERNACIÓN

La hicieron con carpa

Una soleada mañana de octubre se calienta aún más con la irrupción de movimientos barriales en la plaza San Martín. Advertencia de acampe. Tensas negociaciones. Promesas oficiales de solución y tregua parcial.


“Vamos, vamos, todos encolumnados atrás de la bandera” grita Guillermo Peterman, referente de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón (CTD) integrante del Frente Popular Darío Santillán (FPDS). Se planta por Moreno esquina Rioja, a pocos metros de la ex Maternidad Martin. Pasan los autos, espera el momento justo para cortar. El sol de media mañana de octubre se hace sentir. Un seco aunque contundente “ahora” inicia la movilización hacia plaza San Martín. Están dispuestos a acampar si no tienen respuestas de los funcionarios provinciales. Sus reclamos son básicos: aumento de tarjetas alimentarias y bolsones de alimentos para los comedores comunitarios, y saneamiento en el barrio Rivera de Villa Gobernador Gálvez, donde se han producido tres casos de leptospirosis.

La columna avanza por Moreno, ocupa casi una cuadra. La mayoría son mujeres, acompañadas de sus hijos. Vienen de barrios populares de Rosario como Magnano, San Martín Sur, Villa Manuelita, Vía Honda y Alvear; también de Villa Gobernador Gálvez. Los acompañan además estudiantes universitarios y trabajadores asalariados del FPDS. Se dan fuerza entre sí con canciones que recuerdan a militantes asesinados y que prometen que algún día las cosas serán diferentes.

Llegan a la plaza. Se ubican sobre Santa Fe, en la misma calle. En la escalinata de la sede de gobernación, cuatro policías sin escudos intentan disimular su nerviosismo. Dos oficiales cruzan sus motos en la esquina de Dorrego, para desviar el tránsito. Y sigue el agite: todos aplauden y cantan, los más jóvenes se animan a un pequeño pogo.

“¡Empecemos a armar las carpas, que nos quedamos, eh!” arenga Guillermo, conocido por todos como “el Pulpo”. En una asamblea previa, habían resuelto acampar por tiempo indeterminado hasta que resolvieran sus reclamos. Despliegan las carpas sobre las baldosas, pelean unos minutos con las varillas. Dos niños de no más de 8 años observan la escena, señalan con el dedo y se ríen. Una estudiante ayuda a los campistas urbanos. Mueven las iglú hacia el pasto. Algunos aprovechan la situación e improvisan una pequeña siesta.

La tensa espera de la negociación comienza. Casi todos se refugian en algún lugar con sombra. Muchos se sientan sobre el cordón o sobre el pasto de la plaza. Otros mandan mensajes de texto. Una pelota vuela por el aire y empieza un picadito en el verde césped de la San Martín. Un grupo aprovecha para tomarse una revancha verbal contra la policía: “mirá esa, parece un G.I. Joe” dicen de una oficial de lentes oscuros, alta y espalda ancha. También se ríen de la posición de descanso de un agente, con los pulgares a la altura de las axilas y las manos debajo del chaleco: “se está rozando los pezones” acota otro, y estalla la carcajada. Del otro lado de la calle, los policías miran fijo con cara de odio y mascullan entre dientes.

Un poco más alejados, el grupo de interlocutores ante los funcionarios repasa y afina el pliego reivindicativo. Además de la CTD, participan referentes del Movimiento 26 de Junio, una organización territorial del FPDS de reciente creación. Los del M26 son jóvenes de no más de 30 años, que hacen sus primeras experiencias en la militancia barrial. El Pulpo carga sobre sus espaldas una construcción de más de 20 años en la zona sur de la ciudad, e innumerables batallas; fue, incluso, brigadista en Nicaragua, durante la revolución sandinista. La ronda en canastita se rompe con un llamado desde sede de gobernación. Ingresan al enorme edificio donde funcionara en la dictadura el nefasto Servicio de Informaciones. Como gesto, liberan el tránsito por Santa Fe el tiempo que dura la reunión.

Y la espera sigue. Organizan pequeños grupos de volanteo: se ubican en las esquinas de la plaza y reparten una pequeña mariposa donde justifican por qué están realizando esta acción. La mayoría de los peatones la agarra, casi por compromiso.

Luego de una hora, los negociadores salen de la sede de gobernación. Sus compañeros los rodean, ansían novedades. “Avanzamos con algunas cosas, pero faltan destrabar otras”, anuncian. “Tienen miedo de que nos quedemos, vamos a seguir firmes como hasta ahora”, sostienen, y explican que en algunas horas habrá una nueva reunión.

Ya es la una de la tarde. Pasan niños rubios con uniformes blancos, arrastrando sus mochilas con carrito. Circulan también grupos de oficinistas de camisa y corbata, con saco en una mano y bebida finamente gasificada en la otra. Observan a los manifestantes sin sorpresa, como quien los reconoce una parte más del escenario urbano.

Un policía cruza de calle y se mete entre los manifestantes. Muchos giran sus cabezas y observan los movimientos de ese individuo que encarna en sus vidas cotidianas aprietes y detenciones por el solo hecho de ser pobres y querer dejar de serlo. El policía pregunta al Pulpo hasta cuándo se van a quedar. “Hasta que nos den soluciones”, responde, y el uniformado vuelve con los suyos.

Luego de la comida, preparada por un grupo de mujeres de los movimientos (ver aparte: Cocinar para 300) tampoco hay novedades.

El momento de la digestión se corta ante un nuevo llamado de los funcionarios. Esta vez la reunión será más corta: luego de media hora, los referentes de las organizaciones ya están de vuelta en la plaza. Se reparten entre los distintos grupos desperdigados por la plaza y los convocan: “Vamos cumpas, que ahora hacemos asamblea”.

Forman un gran círculo, con varios anillos. Los vecinos y vecinas se amontonan para escuchar. En el centro, los que se reunieron con los funcionarios. Comienza el Pulpo: “Nos dijeron que sí a todo lo que planteamos, compañeros” anuncia, y estalla la ovación. Informan la propuesta de la provincia: aumentos para tarjetas alimentarias y mercadería para los comedores de los movimientos. También expresaron el compromiso gubernamental de realizar tareas de saneamiento en el barrio Rivera de Villa Gobernador Gálvez, donde han detectado tres casos de leptospirosis por las ratas que merodean en un basural. “¿Quiénes están a favor de aceptar la propuesta?”, pregunta el Pulpo intuyendo la respuesta, y se alzan todas las manos. Fin de la asamblea.

Se forman pequeños grupos por organización, donde buscan operativizar los avances. Hablan de planillas, de plazos, de nuevas reuniones. Las carpas se desarman y vuelven a los bolsos.

Son las 5 de la tarde. Se esparce una noticia en la plaza: “mataron a un pibe en Buenos Aires, estaba en una movida de ferroviarios”. Era Mariano Ferreyra, el joven de 23 años asesinado por una patota de la Unión Ferroviaria mientras apoyaba un reclamo de trabajadores tercerizados. “Hay una marcha a las 7, nos encontramos en Humanidades”, avisa una estudiante universitaria. Algunos se quedan para participar de la movilización por el esclarecimiento de un nuevo asesinato en democracia a un militante social. Un nuevo nombre a la lista que componen Aníbal Verón, Darío Santillán, Maximiliano Kosteki, Claudio Lepratti, y tantos otros más.

Mientras tanto, los vecinos de los barrios cargan las ollas, las carpas, y las banderas. Se van a paso cansino y se diseminan por las calles aledañas. Pasaron casi siete horas y la plaza parece casi la misma que la de la mañana. Pero el sol está más bajo, hay promesas oficiales y cientos de pequeñas esperanzas de que esta vez las cosas sean diferentes.

BEATLEMANÍA EN EL PASEO DEL SIGLO

Un día en la vida


El día había llegado. El martes 12 de octubre empezaba la venta directa de las entradas para los dos recitales de Paul McCartney en Argentina. Cientos, miles, corrieron –literalmente- hasta el punto de venta más cercano. Era la oportunidad, seguramente la última, de ver un beatle en vivo y en directo. Y había que aprovecharla.
En Rosario las entradas se vendían desde las 10 en el Ticketek dentro del local de Sport 78 en el Shopping Del Siglo. Todos, o casi, hicieron la fila por calle Córdoba. Sin embargo, los brillantes empleados de seguridad abrieron todas las puertas al mismo tiempo, por lo que ese orden tan vigilado se pulverizó en minutos.
La cola zizagueaba por el primer piso y llegaba hasta la planta baja. Llega un muchacho de no más de 30 años, recorre la cola con el entrecejo fruncido. Finalmente, encuentra a quien busca y se mete entre los que estaban esperando. “Es mi hijo, me viene a reemplazar”, aclara casi innecesariamente una mujer de casi 50 años. Es que a pesar de la tensión y los relojeos a los extraños que se acercan, no parece posible ni siquiera de un empujón, una palabra que marque el lugar.
Es un público extraño, heterogéneo. Cincuentones de chomba Lacoste, deseosos quizás de volver a ser lo que una vez fueron, o lo que imaginan que fueron. Secretarias con carpetas abultadas. Unas veiteañeras venidas desde Santa Fe especialmente para comprar las entradas. Una chica sostiene que compra la entrada no para ella, sino para un primo; un acto de amor, una expresión de culpa, o ambas. Un gordito de barba y pelo largo, con remera de la tapa del disco “Hard Day’s Night”, sale de la cola, habla por teléfono y gesticula como un operador de bolsa hippie.
Nadie lee, pocos tienen puesto un auricular. Hay miradas perdidas en el vacío y hay ojos que registran los que están adelante, los que están atrás.
En la espera, apelan a distintos recursos, racionales algunos, casi místicos otros. Un ingeniero de barbita prolija y dos celulares hace un cálculo rápido: “a dos minutos por persona y teniendo 80 personas adelante, salimos en dos horas y media”. En su caso, le acertaría bastante. También se abren de la fila y miran hacia delante; como en la espera del colectivo, con la ilusión de acelerar el proceso por sólo observar. Manejar lo inmanejable.
Los distintos locales sirven de postas, de objetivos cumplidos. Pasan el local de ropa deportiva, ahora están frente a un local de lencería y ropa para adolescentes. “Qué lindo sería a la altura del kiosco, al lado de Sport 78”, suspiran en voz alta.
La cola avanza, se aprietan los puños, se actualizan los cálculos. Los pies se plantan. Silencio y ruidos de tazas en la planta baja. Vuelven diálogos típicos de una amistad anónima y efímera: las experiencias de recitales se presentan como medallas. Algunos dicen que vieron a AC/DC, los Stones, Pearl Jam.
Ante la inmovilidad, muchos se sientan. Aparecen algunos apuntes de estudio. Los que están al final de la fila observan la escena con resignación. Otros llegan, ven la cola y se van.
Dos personas discuten airadamente: se supone que uno es un encargado de Sport 78, otro del Shopping. “Esto es un quilombo, mirá toda la gente sentada en el piso”, dice uno, mientras el responsable del local deportivo lo mira y abre los brazos en señal de “qué querés que haga”.
En el local deportivo el embudo se estrecha. Aparece un nuevo interrogante: habitualmente, el puesto de Ticketek cierra a las 13 y reabre a las 16. Los que esperan se preguntan si esta vez harán una excepción. Un agente de seguridad que parece un playmobil verde asegura que trabajarán de corrido y sigue hablando con su handy.
Cada tanto, algún grupo que logró comprar su entrada festeja, grita, se abraza. Algunos sonríen. Otros mascullan entre dientes.
Se hacen las 12.55, luego las 13 y después las 13.07. La fila avanza, parece que el seguridad tenía razón. Del otro lado de la vidriera de Sport78, bolsos, zapatillas y camperas a precios obscenos. Seguramente, 400 pesos por un recital de dos horas también lo sean.
El solitario empleado de Ticketek cada tanto levanta la vista, mira la fila, se muerde el labio, y vuelve sus ojos hacia la computadora. Y también hacia el dinero que no para de fluir hacia sus manos. ¿De cuánto será su caja hoy? Quizás 200 mil pesos, o más.
“Adelante” le dice el vendedor, un flaco treintañero de pelo desordenado que ya no sabe cómo sentarse en su silla al muchacho que relevó a su madre. Entre que se imprimen las entradas intercambian algunas palabras:
- Hoy vas a soñar con McCartney, lo vas a terminar odiando...
- Ya lo odiaba, y hoy lo detesto más que nunca (risas). Se murió el beatle equivocado, a mí me gustaba Lennon…
No pasan dos minutos y ya tiene las entradas en sus manos. Revisa la fecha, la ubicación. Todo parece bien. Camina unos metros y se sienta en un local de hamburguesas en el patio de comidas. Come un sándwich de chorizo mientras la cola avanza lentamente. Se va del shopping y quedan ahí cientos que esperan ver un beatle, quizás por última vez.