martes, 25 de enero de 2011
UN ARTESANO DE LA MÚSICA
Cocinar para 300
Mientras los delegados de las organizaciones se encuentran reunidos con los funcionarios, las mujeres de
La acompañan chicas de 20 años y algunas cuarentonas. Acomodan una pequeña mesa donde cortan kilos y kilos de cebolla, papa y zanahoria. Amanda da indicaciones y rezonga. Se olvidaron el abrelatas y usan un cuchillo. “¿Dónde está la garrafa?” reprende Amanda a Gustavo, un estudiante de comunicación social que participa de la movida.
Las mujeres cortan la carne y la depositan en un balde verde. Al mismo tiempo, conversan sobre sus vidas personales y la situación de la organización. La línea entre lo público y lo privado es difusa y movible.
Tres ollas gigantes, de 20, 30 y
El aroma del guiso se difumina por el lugar y atrae a los manifestantes. “Deje de curiosear, usted”, advierte entre risas Amanda al cronista.
Pasan largos minutos, eternos, y la comida finalmente está lista. Se forma una cola extensa que serpentea por la plaza. Algunos tienen tuppers o platos hondos de plástico, otros recurren a botellas recortadas. No hay cubiertos para todos, por lo que hacen turnos para comer. Almuerzan primero los niños y los más viejos, luego el resto.
Circulan gaseosas de segundas marcas. De postre, naranja.
MOVILIZACIÓN DE TRABAJADORES DESOCUPADOS A SEDE DE GOBERNACIÓN
Una soleada mañana de octubre se calienta aún más con la irrupción de movimientos barriales en la plaza San Martín. Advertencia de acampe. Tensas negociaciones. Promesas oficiales de solución y tregua parcial.
“Vamos, vamos, todos encolumnados atrás de la bandera” grita Guillermo Peterman, referente de
La columna avanza por Moreno, ocupa casi una cuadra. La mayoría son mujeres, acompañadas de sus hijos. Vienen de barrios populares de Rosario como Magnano, San Martín Sur, Villa Manuelita, Vía Honda y Alvear; también de Villa Gobernador Gálvez. Los acompañan además estudiantes universitarios y trabajadores asalariados del FPDS. Se dan fuerza entre sí con canciones que recuerdan a militantes asesinados y que prometen que algún día las cosas serán diferentes.
Llegan a la plaza. Se ubican sobre Santa Fe, en la misma calle. En la escalinata de la sede de gobernación, cuatro policías sin escudos intentan disimular su nerviosismo. Dos oficiales cruzan sus motos en la esquina de Dorrego, para desviar el tránsito. Y sigue el agite: todos aplauden y cantan, los más jóvenes se animan a un pequeño pogo.
“¡Empecemos a armar las carpas, que nos quedamos, eh!” arenga Guillermo, conocido por todos como “el Pulpo”. En una asamblea previa, habían resuelto acampar por tiempo indeterminado hasta que resolvieran sus reclamos. Despliegan las carpas sobre las baldosas, pelean unos minutos con las varillas. Dos niños de no más de 8 años observan la escena, señalan con el dedo y se ríen. Una estudiante ayuda a los campistas urbanos. Mueven las iglú hacia el pasto. Algunos aprovechan la situación e improvisan una pequeña siesta.
La tensa espera de la negociación comienza. Casi todos se refugian en algún lugar con sombra. Muchos se sientan sobre el cordón o sobre el pasto de la plaza. Otros mandan mensajes de texto. Una pelota vuela por el aire y empieza un picadito en el verde césped de
Un poco más alejados, el grupo de interlocutores ante los funcionarios repasa y afina el pliego reivindicativo. Además de
Y la espera sigue. Organizan pequeños grupos de volanteo: se ubican en las esquinas de la plaza y reparten una pequeña mariposa donde justifican por qué están realizando esta acción. La mayoría de los peatones la agarra, casi por compromiso.
Luego de una hora, los negociadores salen de la sede de gobernación. Sus compañeros los rodean, ansían novedades. “Avanzamos con algunas cosas, pero faltan destrabar otras”, anuncian. “Tienen miedo de que nos quedemos, vamos a seguir firmes como hasta ahora”, sostienen, y explican que en algunas horas habrá una nueva reunión.
Ya es la una de la tarde. Pasan niños rubios con uniformes blancos, arrastrando sus mochilas con carrito. Circulan también grupos de oficinistas de camisa y corbata, con saco en una mano y bebida finamente gasificada en la otra. Observan a los manifestantes sin sorpresa, como quien los reconoce una parte más del escenario urbano.
Un policía cruza de calle y se mete entre los manifestantes. Muchos giran sus cabezas y observan los movimientos de ese individuo que encarna en sus vidas cotidianas aprietes y detenciones por el solo hecho de ser pobres y querer dejar de serlo. El policía pregunta al Pulpo hasta cuándo se van a quedar. “Hasta que nos den soluciones”, responde, y el uniformado vuelve con los suyos.
Luego de la comida, preparada por un grupo de mujeres de los movimientos (ver aparte: Cocinar para 300) tampoco hay novedades.
El momento de la digestión se corta ante un nuevo llamado de los funcionarios. Esta vez la reunión será más corta: luego de media hora, los referentes de las organizaciones ya están de vuelta en la plaza. Se reparten entre los distintos grupos desperdigados por la plaza y los convocan: “Vamos cumpas, que ahora hacemos asamblea”.
Forman un gran círculo, con varios anillos. Los vecinos y vecinas se amontonan para escuchar. En el centro, los que se reunieron con los funcionarios. Comienza el Pulpo: “Nos dijeron que sí a todo lo que planteamos, compañeros” anuncia, y estalla la ovación. Informan la propuesta de la provincia: aumentos para tarjetas alimentarias y mercadería para los comedores de los movimientos. También expresaron el compromiso gubernamental de realizar tareas de saneamiento en el barrio Rivera de Villa Gobernador Gálvez, donde han detectado tres casos de leptospirosis por las ratas que merodean en un basural. “¿Quiénes están a favor de aceptar la propuesta?”, pregunta el Pulpo intuyendo la respuesta, y se alzan todas las manos. Fin de la asamblea.
Se forman pequeños grupos por organización, donde buscan operativizar los avances. Hablan de planillas, de plazos, de nuevas reuniones. Las carpas se desarman y vuelven a los bolsos.
Son las 5 de la tarde. Se esparce una noticia en la plaza: “mataron a un pibe en Buenos Aires, estaba en una movida de ferroviarios”. Era Mariano Ferreyra, el joven de 23 años asesinado por una patota de
Mientras tanto, los vecinos de los barrios cargan las ollas, las carpas, y las banderas. Se van a paso cansino y se diseminan por las calles aledañas. Pasaron casi siete horas y la plaza parece casi la misma que la de la mañana. Pero el sol está más bajo, hay promesas oficiales y cientos de pequeñas esperanzas de que esta vez las cosas sean diferentes.